Por Fernando Londoño Hoyos
El Enfermero, que es el nombre de batalla de ese salvaje, ha sido capturado en España, atendiendo la circular roja de Interpol. El Fiscal Montealegre ha iniciado proceso en su contra por los abortos brutales que practicó en dos años al menos sobre 500 niñas de las Farc.
Pero antes de que fueran sometidas a esa práctica atroz, pasaron algunas cosas. La primera, que lo hecho por ese salvaje obedece a una orden general, a una fórmula disciplinaria establecida desde la cúpula. Esto es, ordenada por Timochenko y por Márquez, y por Catatumbo y por Alape y por Romaña, por esa partida de delincuentes con los que Santos quiere pactar la paz. Sea lo primero por aclarar.
Una vez en el campamento, empieza el ritual. La virginidad de las niñas está reservada para el jefe del grupo. Para los Márquez y los Joaquín Gómez y los Losada. Desflorar bebitas es una prueba de poder y de virilidad. Da prestigio entre los guerrilleros y parece que entre nuestros plenipotenciarios también.
El tiempo que la niña pasa en manos del jefe es variable. Hasta que se canse, o se hastíe, o le llegue una más apetecible. En todo caso, del jefe la niña pasa a la tropa.
Algunas de estas niñas se han quejado de que han sido muchos los que tuvieron que soportar en una sola noche. ¿Cuántos serán muchos?
Como no podía ser de otra manera, la niña queda embarazada. Sin que tenga la menor idea de cuál de los muchos que la violentaron pudiera ser el padre de su hijo. Y empieza una nueva etapa del calvario. Tiene que ocultar lo que le pasa, porque sabe que al fondo de su nueva tragedia está el Enfermero. No el que viene de España, que es uno solo. No hay grupo de las Farc que no tenga el suyo, que no sabe otra cosa que despedazar criaturas en los vientres de estas jovencitas, casi impúberes. Por eso, por horror, esconden su condición mientras pueden. Hasta que se les nota demasiado. Es el turno de la enfermería, del padecimiento atroz, de la vecindad de la muerte. Cuenta la historia que cuando la gestación andaba por el séptimo o por el octavo mes, la madre gritaba que le dejaran su criatura. Pero los reglamentos, son los reglamentos. Timochenko, ese hombre tan agradable, y Márquez o el Paisa o cualquiera de esos truhanes son implacables. De modo que el Enfermero le dice al ayudante: tire eso a la basura. “Eso” es un niño. Un ser humano indefenso. Una criatura de Dios.
Lo del reglamento es digno de examen. Alguna niña se opuso con toda la fuerza de su desesperación a que le hicieran semejante barbaridad. El Paisa la hizo fusilar, claro que con el niño en las entrañas. Para que aprendan las mujeres que la disciplina es la disciplina.
¿Puede haber algo peor que lo descrito, que lo sabíamos hace tiempo y ahora está probado de mil maneras? Sí. Hay algo peor. Y es el silencio de los que no pueden guardarlo. Porque no tienen derecho a callar. El Nuncio de su Santidad Francisco comanda el batallón infame de los que no han dicho una sola palabra. Han sido decenas de miles de asesinatos, decenas de miles de violaciones, decenas de miles de secuestros de niñas. ¿Y usted calla, su Eminencia?
Y calla el Cardenal. Y callan los Obispos. Y callan los Curas. Ni una palabra ha salido de los que representan a Jesús en la tierra para condenar estos crímenes, esta crueldad sin orillas.
La Directora de Bienestar Familiar no ha dicho palabra. Cristina Plazas debe tener instrucciones al respecto. Podría hacerle mal ambiente a la paz o al plebiscito. Esas niñas y sus hijos no caen bajo su jurisdicción. La guerra es la guerra y esto es apenas un delito conexo con la guerra.
Y los plenipotenciarios, tampoco. De De La Calle, Jaramillo y Naranjo, no nos extraña. A Mora lo desconocemos. Y vamos con el plebiscito. Hay que perdonar estos tipos. Y olvidar lo que han hecho. Como esto, por ejemplo.