En 1996 su hijo Fernando fue reclutado en la Costa y traído a Casanare. Faltando dos meses para salir, desapareció.
“Mamá, yo tengo miedo con unos cabos que están haciendo cosas malas. Me tienen amenazado”, fue lo último que le dijo Fernando a doña Lucrecia, unos días antes de que “se lo comiera la tierra”. Hacía siete meses había llegado al puesto de control de Araguaney , procedente de Boyacá.
“Mi muchacho era juicioso. Tenía una niña, la cual me la dejó y yo tuve que velar por ella. El tenía varios temores, aparte de tenerle miedo a un cabo de la Policía. Me contó que la guerrilla les había hecho varios intentos de ataque”, recuerda doña Lucrecia, mientras revisa el álbum de fotos, que guarda con un par de fotos de su hijo.
Por aquella época en Casanare se vivía el conflicto paramilitar y las condiciones de orden público tampoco eran las mejores. “La Policía duró varios años con el mismo cuento: el muchacho está por ahí. La gente me ha dicho que le pague misas, pero yo no lo hago, porque tengo la esperanza de e mi hijo esté vivo”, relata entre lágrimas la angustiada madre.
Dice que la Policía jamás le ha respondido qué pasó con su hijo y por eso puso un abogado para que indague por el paradero del muchacho.