En las sabanas de Paz de Ariporo el campo huele a muerte y sabe a tristeza. Cada día mueren de sed cientos de animales.
Las sabanas de Casanare están quedando desiertas y los animales silvestres se están muriendo. El grito de alerta lo pegaron varios ambientalistas: Libia Parales, Eduardo Martinez, Migsy Pérez, y muchos más anónimos amantes de la naturaleza y finqueros de la región.
Llano adentro, a cuatro horas de Paz de Ariporo, comienza la lucha de los chigüiros y otras especies por sobrevivir. Desde hace un mes no llueve y las fuentes de agua se secaron.
Salimos de Paz de Ariporo pasadas las seis de la mañana. Nuestro destino: mirar la cara arrugada de las sedientas sabanas.
En Caño Chiquito, a una hora del pueblo en carro, por vía destapada y polvorienta, comienza el drama. En un hotel restaurante ubicado a la vera del camino, se tejen las historias de preocupación porque los pobladores de la región no saben qué hacer.
Melquisidec Morales, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda, asegura que en ese sector ya han muerto por lo menos 3 mil animales, entre chigüiros, vacas, zorros y otras especies. “Da tristeza verlos botados en la carretera y uno no poder hacer nada”, dice entre suspiros, mientras se acomoda el sombrero.
La travesía continúa. Unos kilómetros más adelante el olor a mortecino juguetea en el ambiente. Muy lentos, como si llevaran el peso de la inoperancia de las autoridades ambientales, algunos animales marchan solos o en manada en busca de una gota de agua.
Verlos me trajo el recuerdo de la canción “mi viejo” de Piero…. “Ya caminan lerdos…” Y es que marchan así: lerdos y agotados, con mirada seca y triste, mientras le huyen a los correteos de la muerte. Los más débiles caen al suelo ante la mirada de los chulos que revolotean el firmamento, esperando su apetitosa comida.
Unos buscan agua. Otros a miembros de su manada. Pero la gran mayoría termina recostada sobre los caños secos o encima de otros animales, como abrazando sus desgracias.
Hasta hace algunos meses los chigüiros le huían a la presencia de los hombres. Pero ahora, en esta agonía, no tienen alientos de esconderse. A duras penas se arrastran entre las piedras y el polvo. O se acompañan de las vacas moribundas y esqueléticas, que se sumergen en el lodo y las aguas contaminadas, a merced de los caimanes.
“Cuando encontramos animales ahogados, los sacamos para que no contaminen más y con eso los chulos se los devoran”, dice Fredy Velandia, encargado de un hato, y quien nos acompañó por la desértica sabana.
Inoperancia ambiental
Las últimas lluvias que vieron los pobladores de la sabana de Paz de Ariporo fueron hace unos cinco meses. Desde entonces los ruegos a San Isidro Labrador y a la Virgen de Manare han sido vanos. Ni siquiera la muerte de tantos animales ha hecho caer lágrimas de lluvia en la sabana.
Esta es la historia de todos los años por esta época: sed, sequía, muerte animal e inoperancia de las autoridades ambientales. “Si es de todos los años, ¿por qué no han adelantado un plan de acción?”, se preguntó Melquisidec Morales para sí mismo, porque sabe que preguntarle a Corporinoquia da igual: ¡no hay respuesta!
Algunos aseguran que las condiciones climáticas y la pérdida de agua por la explotación petrolera, están secando la sabana.
Sin embargo, nadie sabe ni puede asegurar que la culpa es por la extracción petrolera, porque no hay un estudio que así lo determine, a pesar de que en esas sabanas quedan los campos Leona y Dorotea, de la compañía New Granada Energy, y Perenco y Pacific Rubiales, también adelantan algunos trabajos a sus alrededores.
Eduardo Martínez, de la Reserva Natural La Esperanza de Paz de Ariporo, asegura que también la culpa es de la gente: “Nos preocupamos más en sacarle dinero a la tierra, que en conservar nuestros recursos”.
El recorrido se extendió a Miramar, donde no hay una sola gota de agua y sí un mar de polvo; a El Amparo, donde hay total desamparo de Corporinoquia; a La Esperanza, la reserva natural que hace todo el esfuerzo por mantener el ecosistema, y a Chaparrito donde la sequedad es cada vez más grande.
Euladia Delgado, finquera afectada, aseguró que para mitigar el impacto varios dueños de hatos están construyendo molinos de viento para poder sacar agua, y con una manguera llevarla a los tanques y luego a los abrevaderos para que beban los animales.
Muerte en las cañadas
Los chigüiros son mamíferos roedores que permanecen la mayor parte del día en las aguas y se alimentan de pastos y vegetales. Pero con estas temperaturas no encuentran comida ni agua.
Muchos animales, además de los chigüiros, han muerto en los caños cuando van a tomar agua. Algunos caen a las fuentes barrosas y no pueden salirse de ellas; otros mueren porque las aguas están contaminadas por los excrementos de otros animales.
Para llegar a un pozo de agua o a un caño, estos animales deben recorrer unos 10 kilómetros, pero como son territoriales y viven en manadas de 40 no se desplazan mucho y mueren en el desierto.
“Dios es el único que puede salvarnos de esta situación”, dijo con la voz entrecortada Eduardo Martínez, mientras ayudaba a sacar del agua a una vaca que quedó atascada en un caño y murió ahogada.
Estas sabanas tienen una extensión de 200 mil hectáreas y en cada una viven en promedio cuatro chiguiros, pero en los últimos días ya han muerto más de 15 mil. Y si esta semana no llueve, es probable que la cifra suba a 50 mil.
Migsy Pérez, también afectada, dice que lamentablemente esta situación va a continuar porque no hay esperanzas de que llueva en los próximos días. Y es en lo único que coincide Corporinoquia, quien a través de Ricardo Combariza, Director de Fauna Silvestre, comenta que los chigüiros “desafortunadamente van a seguir muriendo. Las medidas no van a ser suficientes y dependemos de las lluvias”.
Combariza, que no tiene la culpa de que no llueva, como tampoco la tiene la Corporación, está seguro de que “el verano va a durar más y el agua va a escasear en esta zona. La solución es garantizar que en el invierno siguiente vamos a captar la mayor cantidad de agua, incrementando la capacidad de retención en los esteros. Y que el agua que se acumule sea mayor”.
En lo que sí tiene la culpa Corporinoquia es en la falta de gestión. ¿Por qué hasta ahora está pensando en la solución para cuando llegue el invierno? El año pasado cuando hubo sequía ¿por qué no lo pensó y destinó una mínima parte de los recursos que recibe de las compañías petroleras, previendo el desastre? ¿Qué pasaría si los audaces ingenieros pillaran a un campesino cazando un chigüiro? Muy seguramente sería sancionado y encarcelado.
Por el momento, solo queda, como lo dice Eduardo Martínez, rezar por que Dios es el único que puede mandarnos agüita para calmar la sed y silenciar la muerte.
WILSON DURAN DURAN / CRONISTA Y FOTOGRAFO
Las Chivas del Llano / Violeta Stéreo
Comments are closed.