Muchos periodistas o comunicadores de mi generación, (por no decir edad), transitamos un camino extraño.
Asumir los públicos cambiantes que nos invitan a ser más influencers que comunicadores, medios que quieren entrevistas cortas, textos breves, humor, viralidad. Audiencias que prefieren ser fugazmente informadas de todo y a profundidad de nada, líderes de opinión que hoy son enaltecidos y mañana con la misma viralidad son odiados y la desaparición misma de los medios, porque medio puede ser cualquiera.
Una cantidad de fenómenos que nos obligan a pensar qué es lo que queremos hacer de un ejercicio que aprendimos diferente, escuchando radio en la cocina de nuestras abuelas, oyendo tertulias, soñando, pero sobretodo haciendo una sola cosa a la vez.
Hoy en día ejerzo mi oficio en una entidad pública, pero siempre he querido vivir para escribir, o mejor, vivir de escribir.
Ese anhelo lo he postergado, por estar en el ejercicio doméstico de sobrevivir. Sin embargo voy a arriesgarme a hacer las dos tareas al tiempo, invitándolos a leerme.
Voy a escribir, no para influenciar, inspirar o motivar a nadie. Voy a escribir para contar, informar y sobretodo para que este oficio, tal como lo conocí, sobreviva en mi.
Como escribió Mark Thompson, “Las palabras no cuestan nada, y cualquier político, periodista o ciudadano de a pie posee una reserva ilimitada de ellas. Sin embargo, hay días en que unas pocas palabras bien elegidas adquieren una importancia crucial, y el orador que las halla decide el curso de los acontecimientos.“
Se hará el esfuerzo por lo menos, de cambiar el curso de mis acontecimientos.
María Elvira Arboleda
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