El pasado 16 de agosto falleció en la ciudad de Bogotá la señora Berta Páez de Flórez, lideresa en el municipio de Paz de Ariporo, Casanare.
Por: DIANA CLAUDINE FLOREZ PAEZ
A los nueve, junto con su familia, huyó al monte cuando su natal Moreno fue incendiado en el fuego cruzado entre liberales y conservadores que azotó Colombia en el periodo conocido como Violencia. Allí, durante casi cuatro años cocinaban de noche para que las avionetas no detectaran el humo de los fogones de piedra y evitar ser bombardeados.
Durante ese tiempo ocurrieron las desventuras propias de la guerra y del destino; el desbordamiento de los ríos arrasó con un conuco sembrado con arroz, plátano, yuca, frijol y tabaco, tumbó las débiles ramadas de palma y ramas en las que dormían, se llevó los pocos enseres que rescataron cuando fueron desplazados de su pueblo y la humedad acabó con los pulmones de dos de sus pequeños hermanos cuyas tumbas quedaron abandonadas en medio de la nada.
Sobrevivieron a los brutales ataques de unos y de otros porque en aquel escondite paraban máximo cinco familias.
Durante ese periodo se levantaron las guerrillas llaneras, denominadas “bandoleros”, cuya intención era defender los habitantes de las brutalidades militares, comandados principalmente por Guadalupe Salcedo y otros líderes natos y raramente un forastero.
A los hatos, fundos, fincas llegaban los buenos y los malos y cada uno ordenaba echar mano a cuanto alimento tenían para nutrir sus tropas. Los guerrilleros los culpaban de estar aliados con el ejército y viceversa, por lo que muchos fueron ajusticiados injustamente. A la guerra se sumó una de las peores condiciones del ser humano; la envidia. Por envidia desplazaron, vengaron, quitaron, acusaron y asesinaron.
En enero de 1953 fueron llevados a Lechemieles, obligados a permanecer en un área bajo el mando militar donde debían cumplir todo tipo de condiciones. Allí fueron testigos del fusilamiento de cientos de paisanos, de la crueldad del clima y de ataque de animales; mordeduras de serpientes y plagas.
Pero nada impactó tanto como el hedor de los cadáveres bajo el sol del medio día que, a medio enterrar, tiraban en un lugar designado para ello. Por las protestas de la gente y los brotes de algunas epidemias se ordenó sepultarlos y por eso Paz de Ariporo, antes de todo, tuvo un cementerio. Existía un campo de aterrizaje, pero fue construido por los habitantes de Moreno y militares hacia 1938.
Con el rumor de la firma de la paz invitaron a todos a salir de los escondites y registrar sus nombres, obtener un salvo conducto para transitar en horarios autorizados y no ser fusilados por dudosa procedencia. Meses después los militares recibieron la orden de construir un nuevo poblado.
Decidieron no hacerlo donde era Moreno por el temor a ataques, siendo una zona más elevada, tupida y montañosa. Fue así como eligieron la parte más plana coincidente con la ubicación del campo de aterrizaje.
Discutieron el nombre y al final decidieron llamarlo: Paz de Ariporo, en honor a la paz firmada en septiembre y al río más importante cercano a ellos. Designaron comisiones constructoras que ayudaron a edificar la casa de cada uno de ellos, un espacio designado para la educación, para los militares y para los rezos. En agosto de 1953 ya Paz de Ariporo tenía más de 16 manzanas.
Aprovechando la cercanía de la fiesta patria del 12 de octubre, la eligieron fecha de fundación y con honores, visitantes de otras veredas, poblaciones y caseríos, se hicieron las respectivas declaraciones para el nacimiento del nuevo municipio. Paz de Ariporo se funda principalmente, pero no exclusivamente, con habitantes del destruido Moreno, la Aguada y veredas y fundos cercanos.
Como en todo municipio naciente, se establecieron instituciones gubernamentales y privadas y el comercio empezó a florecer, principalmente de la mano de forasteros.
Como secuela de la guerra, el abandono de la región, la ausencia de medicina, hospitales y especialistas, para Berta el dolor fue mayor cuando en 1955 la muerte le arrebató a su madre quien en su lecho de muerte le pidió hacerse cargo de sus cuatro pequeñas hermanas.
Por nuestra lamentable condición de “al caído caerle” su familia cercana no solo se alejó, sino que echó mano al ganado del cual podía disponer siendo mayor de edad a los veintiuno y para entonces rondaba los quince.
Sola, rechazada y abandonada con la responsabilidad de cuatro niñas entre ellas una de seis meses y una con una discapacidad física que le impedía caminar, amasó panes a cambio de comida, batió azúcar para panelitas de leche y recorrieron las calles vendiendo sus productos. Su padre partió una mañana arrasando con el ultimo lote de ganado y su abuela las sacó de la casa.
Una vecina que pocos meses antes llegó de Manizales les ofreció una pequeña habitación para las cinco. Allí vivió hasta el reencuentro con José, un joven que conoció cuando ella tenía nueve y él casi trece, antes de la Violencia. En 1959 se casaron y ella comenzó a madurar la idea de poner un negocio por la curiosidad que le generó la respuesta de su madre años atrás cuando ella preguntó:
—¿Por qué las tiendas de Moreno son de forasteros?
—Porque nadie es profeta en su tierra.
La respuesta de su madre chocaba con sus deseos y un día, en 1964 decidió abrir un cuchitril que llamó: El centavo menos. El surtido de la tienducha, sin piso y de paredes de bahareque fue: un bulto de papas, uno de azúcar y uno de arroz, que se vendieron el día de la apertura porque a ella se volcaron sus paisanos moreneros que conocieron su historia y arrasaron con todo.
Admirada porque siendo una adolescente sacaba adelante a sus hermanas, su idea de negocio no solo fue bien recibida sino apoyada y loada.
Dos décadas después ella y su esposo tenían la mayor empresa del municipio compuesta por más de ocho negocios funcionando al tiempo; almacén, discoteca, heladería, panadería, residencias, billares, entre otros y dos plantas eléctricas que permitían, de forma exclusiva, vender productos siempre fríos en temperaturas entre 30 y 34 grados centígrados. Teniendo en cuenta que en el pueblo había luz de seis a nueve de la noche, las plantas eléctricas eran un logro inimaginable.
La empresa, en gran medida ideada, creada y dirigida por ella, fue la primera en dar trabajo en volumen a los locales, enseñarles el cumplimiento de un horario e incluso el uso de un uniforme. Por los diferentes negocios pasaron generaciones que posteriormente fueron profesionales, funcionarios, profesores, etc.
El carisma de Berta impulsó el comercio de Paz de Ariporo y encadenado a esta empresa llegó en la década de los sesenta el transporte público y las compañías petroleras celebraron contratos de alojamiento y alimentación. Paz de Ariporo era visitado por habitantes de todo Casanare y desde allí sentó las bases para ser lo que es hoy en día; un municipio turístico, comercial con un desarrollo impresionante.
Lideresa social, estimuló, promovió y resaltó el trabajo en las mujeres en una sociedad en la que solo hombres atendían al público. Junto con su esposo ideó campañas en pro de los menos favorecidos a través de fiestas, bazares, colectas.
Donó herramientas para el agro, regalos en las navidades, ingenio para las festividades del pueblo y en general destacó por su carisma y entrega por los demás. Jugó un papel fundamental en la educación que inició con la donación del lote en el cual se construyó el colegio Sagrado Corazón de Jesús y gracias a ellos se amplió el colegio de bachillerato Juan José Rondón. Impulsora del deporte, patrocinó equipos de basquetbol y futbol e innumerables actividades culturales; folclóricas, danzas, fiestas patronales, actividades religiosas, musicales etc.
Recibió una condecoración de la alcaldesa Eunice Escobar, el pasado 6 de enero de 2022, por su vida, obra y legado, junto con su esposo y el libro: el perdón a las ánimas, que narra su historia y la de tantos de su generación.
Su recuerdo vivirá en nuestra mente, no solo se recordará como empresaria, lideresa y gran persona, sino como la primera mujer de Moreno que fue profeta en su tierra.
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