La columnista de El Tiempo escribe que en el imaginario colectivo sigue fresca la complicidad de las autoridades con ‘Martín Llanos’
Son los herederos de uno de los jefes paramilitares más sanguinarios y corruptos. Podrían vivir como reyes con el dinero manchado de sangre que acumularon y las propiedades que se robaron. Pero son insaciables. Se resisten a perder el poder que les confiere tanto su cercanía al capo como actuar en comunidades indefensas, acostumbradas a vivir bajo la ley del silencio, porque buena parte de las autoridades en el terreno carecen de recursos, son débiles, indolentes, temerosas o corruptas.
Los delincuentes de los que hablo, lacayos de ‘Martín Llanos’, capo de las extintas Autodefensas Campesinas del Casanare, no están escondidos en las profundidades de las selvas abigarradas, sino que viven frescos en pueblos petroleros del Casanare y uno puede encontrarlos en sus fincas. La de Héctor Fabio Buitrago Vega, alias ‘Alazano’, es bonita, tiene mil hectáreas planas, atiborradas de ganado criollo. Se halla en la vereda El Raizal, de Tauramena, junto a la vía principal. Cuando le provoque a la Fiscalía puede volver a agarrarlo con su hermano Carlos Noé, alias ‘Porremacho’, aunque no parece que haya excesivo interés en ponerlos a buen recaudo.
A un par de horas de distancia, en Maní, se encuentra la de sus socios, los prestantes y tenebrosos hermanos Vicente y Orlando José Soto. Tampoco se esconden. San Juan está sobre la carretera, a tiro de piedra del pueblo, y más bien presumen cada vez que pisan Maní. Encontré a Vicente en dicha finca, tranquilo. Luce una máscara de finquero amable y es hasta bien parecido, lo apodan el ‘Mudo’ aunque habla demasiado y es pendenciero e implacable. Orlando José, alias ‘Cámara’, reside ahora o pasa una temporada en el Valle del Cauca, quién sabe para qué oscuros manejos.
Los cuatro, junto con sus secuaces (alias ‘Pisca’, la ‘Muerte’, ‘Tochón’, ‘Juan García’ y otros) se dedican, al margen de los trapicheos de fachada legal, a recuperar los bienes de su patrón preso, a robar ganado, fincas, a extorsionar a privados y contratistas, al cada día más lucrativo microtráfico y, si es necesario, a mandar matar. Obligan a las famas a comprarles reses o las venden fuera del Casanare con guías falsas.
A ocho de ellos los detuvieron en septiembre pasado, pero los dejaron libres, menos a uno, porque para el juez y el fiscal que participaron en la audiencia de imputación de cargos no representan un peligro para la sociedad. Y eso que además de los antecedentes que casi todos tenían, dos de ellos –‘Alazano’ y ‘Porremacho’– fueron expulsados de Bolivia por narcos.
El fiscal y el juez de Villavicencio tendrían que haberlos visto cómo regresaron a sus pueblos triunfantes. “Esos sapos que se pusieron a hablar”, fueron diciendo. Ahora están quietos para no calentarse más. Pero más adelante veremos si queda alguno de los testigos que arriesgaron sus vidas para denunciarlos.
Las autoridades no son conscientes del mensaje tan negativo que enviaron a las comunidades. En el imaginario colectivo sigue fresca la complicidad de las autoridades con ‘Martín Llanos’. Romper la desconfianza es una labor titánica, y con medidas incomprensibles como la de dejar que los hampones burlen a la justicia, que den la impresión de que son intocables, no hacen sino perpetuarla.
Si los hubieran dejado presos, otras víctimas se habrían atrevido a denunciarlos. Pero así, la banda ‘Renacer’ de los Buitrago no solo seguirá delinquiendo, sino que puede fortalecerse. Si la Fiscalía General y los jueces quieren, están a tiempo de frenarlos.
Salud Hernández-Mora /EL TIEMPO