6 de diciembre de 2024 - 9:21 AM
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Hernán Giraldo, el depredador de la Sierra Nevada, ahora acusado por violación de menores

Guachaca —zona rural de Santa Marta— es una de las puertas al Parque Tayrona, donde la última estribación de la Sierra Nevada toca las olas del mar Caribe; reserva bella que, además, tiene su fragor místico. Los turistas llegan desde las siete de la mañana a Guachaca en carros particulares, busetas, taxis y hasta caminando.

Docenas de negocios —restaurantes, tiendas— abren para venderles frituras y refresco a los más de 340 mil viajeros que llegan cada año. Pero detrás de ese paraíso que muchos persiguen hay una historia de la guerra y entre ellas un nombre común: Hernán Giraldo, el paramilitar, el violador, el héroe, el don. Su nombre atraviesa la historia de la Sierra.

Aunque fue el fiero comandante del Frente Resistencia Tayrona de las AUC, muchos en Guachaca lo veneran como si se tratara de un libertador pese a las masacres, desapariciones, torturas y desplazamientos. Aquí, toda la crueldad de Hernán Giraldo, por la que sus detractores lo llaman “el monstruo de la Sierra”, encuentra un oasis. Acá, nada de esto existe: los 706 crímenes de los que la justicia tiene conocimiento y entre los que se cree que hay más de 200 casos de violencia en contra de las mujeres —dice la Fiscalía y organizaciones sociales— y de los cuáles Justicia y Paz documentó 38.

Todo villano tiene su revés. El de Giraldo es inquietante.

Las AUC entregaron las armas entre 2003 y 2006 durante el Gobierno de Álvaro Uribe. En el Centro Nacional de Memoria Histórica reposan los registros de los 35.317 combatientes desmovilizados. De ellos, hubo 4.588 postulados a Justicia y Paz, ley de justicia transicional que brindó beneficios para que los comandantes entregaran sus ejércitos y el negocio del narcotráfico.

Los grupos paramilitares asesinaron a 94.754 personas y uno de sus grandes jefes fue Hernán Giraldo Serna. Se le atribuyen más de 67.000 víctimas en la Sierra Nevada y su región, en donde cometió masacres, desplazamientos, homicidios selectivos, violaciones a mujeres —muchas niñas menores de 14 años— y abortos forzados. De allí viene su apodo nefasto: el Taladro.

El Bloque Resistencia Tayrona de las AUC que comandaba Giraldo entregó las armas en febrero de 2006 —1.165 hombres y mujeres—, para cumplir una condena de ocho años de cárcel gracias a Justicia y Paz; sin embargo él y otros doce comandantes no pararon de cometer crímenes estando recluidos —dijo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez— y fueron extraditados a Estados Unidos en 2008 para pagar por el delito de narcotráfico.

Con el proceso de paz contra la guerrilla de las Farc y tras doce años fuera del país, Giraldo dejó de ser uno de los centros de atención de los medios. Sin embargo, con su regreso a Colombia en enero de 2021, como uno de los jefes paramilitares que más tiene que contar sobre las alianzas con políticos y empresarios en la guerra que libró en la Sierra, volvió a ser foco de interés. Ahora su proceso está en un limbo y corre el riesgo de que lo expulsen de Justicia y Paz. Desde que llegó al país en 2021, tras cumplir los 12 años que le debía a la justicia gringa, está recluido en la cárcel de Itagüí, en Antioquia.

En los meses que han seguido desde el enero de su regreso, la Fiscalía le formuló cargos por abuso sexual de niñas mientras estaba encarcelado en Colombia. Esto quiere decir que siguió delinquiendo en tiempos de supuesta paz, de posconflicto. Los testimonios en su contra lo retratan como un depredador sexual y un sanguinario. Uno de los casos de los que tiene pruebas la justicia, citado por Diario Criterio, es el de una niña con “condición especial”, a la que desde los 11 años abusó mientras estuvo en las cárceles de La Ceja, Itagüí y Barranquilla.

Otra de las víctimas citada por Criterio en el artículo “Las violaciones a varias niñas que acorralan al paramilitar Hernán Giraldo”, dijo: “Por miedo, le dije que sí, porque la verdad era que yo no quería estar con él. Yo tenía apenas 11 años, no sabía nada de novios, yo me la pasaba todo el día jugando en la finca con los otros niños, yo no me había desarrollado. Tuve mi primera menstruación cuando ya tenía 12 años y fue así como inicié una relación con él y me comportaba como su mujer”.

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Luis, exparamilitar desmovilizado que estuvo por más de 26 años al lado de Giraldo —llamado también aquí como el Señor de la Sierra— en la guerra antiguerrilla que se libró en el monte, lo recuerda con nostalgia y lo defiende. Piensa que “no hay un fiscal que haya visto a Hernan Giraldo violando a una muchacha”, pese a las docenas de testimonios que tiene en su poder la justicia. Lo justifica diciendo que “de pronto el patrón sí compartió intimidades con una menor de edad”.

Con esas palabras, que son comunes en el discurso de casi todos en Guachaca, cree que limpia los pecados de Giraldo, aunque él mismo reconoció ser papá de más de 25 hijos, aunque se dice que son 49. En la sentencia de más de 9 mil páginas de Justicia y Paz sobre el Bloque Resistencia Tayrona, se cuenta que en 1982 Giraldo cometió la primera violación cuando los paramilitares no existían. En ese año conoció a Laura*, una niña de 12 años que vivía con su tía, administradora de billares en Santa Marta. La violó tiempo después, con una rutina que repitió por meses. Siempre era igual, la recogía, la llevaba a algún cuarto de motel, le mostraba su arma que dejaba sobre la mesa de noche para amedrentaba, la violaba, se dormía y la regresaba a su casa.

Un año después, la niña tuvo un bebé de Giraldo, y él dejó de buscarla. Como todas las víctimas de Giraldo, Laura era pobre. Para sostener a ese hijo, Laura vendió loterías en el mercado de la ciudad por un tiempo, pero su suerte no fue mucha y el desespero la llevó a buscar a la familia del paramilitar —que para ese momento todavía no era un comandante y tenía por delante muchos años de guerra—, y el hermano, Jesús Antonio Giraldo, terminó asumiendo parte de los gastos de las dos menores: la víctima y su hija.

Mientras una de sus primeras víctimas de las que sabe Justicia y Paz estaba pariendo un hijo suyo, Giraldo tenía en la mira a otras más. En 1983, escogió a María*, una niña de 13 años de la vereda el Mamey. Mandó a sus hombres a llamarla, a decirle que debía reunirse con él. Ella nunca quiso ir a las citas, hasta que lo hizo obligada, arrastrada por personas armadas que la llevaron a una finca en donde el depredador la esperaba. Giraldo le dio la bienvenida, diciéndole que debía ser su mujer. Y la violó, agarrándola con una mano y sosteniendo un arma con la otra, para recordarle el poder que todos en la región ya sabían que tenía. A partir de ahí, las violaciones siguieron hasta 1993, aún cuando ella estaba enferma o en los días de la menstruación.

Fueron diez años de destrucción para María. Pero para él, para su hambre voraz, no era suficiente. Se fijó en la hermana de ella y también la abusó sistemáticamente por años. María quedó embarazada de gemelos. Pobre y sin refugio ante la crueldad de Giraldo, la niña no recibió ninguna atención. Ningún médico la vio jamás. Los bebés nacieron con la ayuda de su hermano y uno murió. Su hermana tuvo un destino parecido. Giraldo también la embarazó y por esa razón sus padres la echaron de la casa.

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Emilse Giraldo, sobrina de Hernán Giraldo, es presidenta de la junta de acción comunal de Guachaca. Ayuda a la comunidad con sus carencias y busca que las autoridades les pongan atención. Tal vez se siente como lo que ella retrata del Patrón, una persona a la que, dice, todos acudían. “No pensaba solamente en él, sino en las vías, las carreteras, la luz, todo eso. El puesto de salud tenía hasta rayos X y ambulancia”, dice mirándome fijamente con sus ojos azules. Vive en una casa enfrente de la que fue de su tío, hace mucho tiempo, junto a la Troncal del Caribe. Emilse, como Luis, no puede evitar hablar de los abusos sexuales, antes de que alguien se lo pregunte. Sale en defensa de Giraldo, anticipándose.Dice que las familias de las niñas se las vendían a su tío para que él les pagara los estudios. También piensa que si un hombre tiene enfrente a “una pollita es difícil que no pase algo”.

En su tesis de Ciencias Políticas, Edna Melissa Osorio habla del “derecho de pernada” que se normalizó en la Sierra durante el tiempo de Hernán Giraldo. Un falso permiso feudal que permitía a los dueños de las tierras acostarse con las mujeres que vivieran en su territorio. Pero no todos los casos ocurrieron así. Y si así fuera, la violación no es menos violación porque sea patrocinada por los padres. “Una aclaración, respecto a lo de los padres, que siempre se ha dicho que los padres nos vendían, en ningún momento mi papá estuvo de acuerdo con que yo mantuviera una relación con Hernán Giraldo, en eso que nos vendían, que estuvieran de acuerdo, que nos llevaban que la gallinita para el mejor patrón, es totalmente falso, nunca nos vendieron, mis papás no tuvieron nada que ver con lo que me pasó, con lo que pasó en ese momento, ellos no tenían nada que ver con eso”, dijo Yeni*, violada por Hernán Giraldo cuando ella vivía en la vereda Quebrada del Sol, a Justicia y Paz.

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Hernán Giraldo Serna nació el 16 de agosto de 1948 en San Bartolomé de Pácora, Caldas. Es hijo de Jesús Antonio Giraldo y de Virgelina Serna. Estudió en la escuela de hombres San Luis Gonzaga solo hasta segundo de primaria. Cuenta el periodista Diego Fernando Hidalgo, de La Patria, también nacido en San Bartolomé, que las personas que compartieron con Giraldo lo veían como alguien conflictivo. Una persona que lo conoció en ese tiempo y que habló con Hidalgo, lo recuerda como un hombre que siempre buscaba problemas: era el que armaba las peleas cuando a alguien se le perdía un cuaderno o un lapicero. “Ese era más bravo, aunque hay que decir que se trataba de un gran amigo”, dice un compañero de colegio.

Los años siguientes se dedicó al campo, en un país convulso por La Violencia bipartidista. Cuando tenía 23 años, en 1969, salió de su tierra natal hacia Santa Marta, para escapar de los rezagos de esa matanza entre Liberales y Conservadores. Sus padres habían sido asesinados por la guerrilla. Era un joven pobre, campesino, que llegó a recoger café en distintas partes de la Sierra Nevada, el corazón del mundo para los indígenas. Las tierras eran fértiles, no eran de nadie y el que llegaba, se instalaba. No había vigilancia de la Policía, pero tampoco se necesitaba. En la vasta Sierra solo había riqueza por explotar.

Con la plata que fue recogiendo, Giraldo compró una finca llamada Quebrada del Sol, que hasta hoy conserva su nombre, y allí comenzó a cultivar marihuana en tiempos de la Bonanza Marimbera. Su negocio creció, le dio trabajo a docenas de personas en el monte, para cultivar, vender y transportar los cogollos de la planta.

Se dice que esa época fue una maldición, que la Sierra es un cementerio en el que hay cientos de cuerpos enterrados a causa de la guerra de la marimba. Giraldo contaba con el respeto que se había ganado en la Sierra y así tomó el impulso para crecer su poder en otras partes, sobre todo en Santa Marta. “Había un ladronismo terrible, si usted iba con su mochilita y salía al supermercado, cuando se enteraba, un raponazo. Le reventaban una oreja por quitarle un aretico, una descomposición terrible”, recuerda Luis.

Pero lo que se escapa del relato, es que por ese tiempo, en 1977, un grupo de delincuencia común asesinó a José Fredy Giraldo, hermano de Hernán, en la plaza de mercado de Santa Marta. Ese gatillo empujó también al mismo Hernán Giraldo para sembrar la primera semilla de las mal llamadas autodefensas. Comenzó a trabajar con Los Chamizos en ese mismo año, un supuesto grupo de seguridad privada que tenía el control del mercado de la ciudad, con apoyo de la Policía ejercía el control. Un germen paramilitar que comenzó en las calles de la capital de Magdalena.

Extorsionaban a cambio de seguridad, se dedicaban a la limpieza social, mataban a los “revoltosos”, a los ladrones de tiendas, a los que habían asesinado a José Fredy. Pero también vendían la marihuana que se cultivaba en la Sierra, con la que Giraldo abultó sus bolsillos por años. El miedo y la admiración de la gente por lo violento, hicieron de Giraldo el líder de la región. La institucionalidad estaba con él, ese Estado del que él se sentía el Patrón, ese al que percibía como incapaz de controlar lo que pasaba en las calles.

La ambición de este hombre se alimentaba con cada muerto y con cada peso que le entraba; así decidió no parar hasta conquistar toda la Sierra. En ese tiempo, el frente 19 de las Farc ya tenía un lugar en las estribaciones. Sus hombres extorsionaban a los campesinos —muchos de ellos desplazados por el conflicto—, les exigían parte de las minúsculas ganancias de sus cultivos de yuca, café, cilantro. Entonces los campesinos del monte, ya no solo quienes pertenecían a la zona urbana, crearon el grupo armado en 1982, al que Giraldo le puso el nombre de Autodefensas Campesinas del Mamey.

Luis dice que en el Mamey hubo una batalla a machete entre guerrilleros, campesinos y autodefensas, y que por eso a esa vereda también la reconocen con el nombre de Machete Pelao. Ese día, Giraldo mató a tres personas que eran aparentes colaboradores de la guerrilla. El portal Verdad Abierta dice que dejó vivir a una cuarta persona para que contara lo sucedido, y “dijera que habían llegado las Autodefensas del Mamey”. Todo lo que Giraldo había aprendido en la bonanza de la marihuana le sirvió para incursionar en un negocio más rentable, el de la cocaína. Con una herradura de poder paramilitar que consolidó en la Sierra y hacia el norte del país, conformó un negocio narcotraficante que le sirvió para terminar de convertirse en el capo mayor, en una especie de armonía con otros paramilitares.

En 1995, le cambió el nombre al grupo, pasó a llamarse Autodefensas Campesinas del Magdalena y La Guajira. Todo el que tenía “algo que perder” acudía a él. En su guerra por sacar a la guerrilla de la zona, dejó masacres, desplazamientos y miles de víctimas. Pero el tesoro de la Sierra, esa cordillera que conecta con el Sur de Bolívar, el Catatumbo, La Guajira, el Cesar, no se lo podía quedar solo Giraldo. Desplazó al clan de los Rojas, otro grupo paramilitar de la zona, pero no tuvo la misma suerte con los hermanos Castaño y los hombres de Jorge 40, que tenían muchos más aliados y armas.

En octubre 2001, Jairo ‘Pacho’ Musso, uno de los consentidos de Hernán Giraldo, enceguecido por su poder que como un reloj de arena estaba a punto de acabar, asesinó a tres policías antinarcóticos adscritos a la DEA enfrente de uno de los hoteles más tradicionales del Parque Tayrona. Fue el final de la bonanza del patrón. No solo la fuerza pública envió a sus hombres a la zona, sino que los otros paramilitares se enfurecieron y mandaron a cientos de los suyos para exigir que Musso se entregara y alejara la presión del Estado.

Unos meses antes, en febrero de ese mismo año, la gente de Giraldo había desaparecido y asesinado a Julio Henríquez Santamaría, vinculado a la actividad política del M-19 y acompañante de la desmovilización del EPL, como activista de derechos humanos en Santa Marta. Este hombre se opuso a los cultivos de coca y quería sustituirlos por cacao, enfureciendo al Taladro de la Sierra, que ordenó su muerte.

Con la atención que estos hechos atrajeron a la Sierra, hubo una guerra paramilitar con capítulos en la ciudad y en el monte. Entre el 18 de enero y el 8 de febrero de 2002, los habitantes de Santa Marta no salieron de sus casas, se resguardaron de las balas detrás de las paredes aguardando el destino final de la supremacía de Hernán Giraldo. Lo terminaron doblegando, y cuando pidió una tregua, Jorge 40 ordenó cambiar el nombre del grupo a Bloque Resistencia Tayrona, que en 2005 se rebautizó y pasó a conocerse como el Bloque Resistencia Tayrona de las Autodefensas Unidas de Colombia, con miras a la desmovilización. Con la cabeza gacha, Giraldo vivió su último año de paramilitarismo antes de entregar las armas en 2006.

Esta guerra entre capos de la guerrilla y el paramilitarismo de Cesar y Magdalena dejó violaciones de niñas, torturas y atentados, unas 200 mil personas desplazadas, al menos 127 masacres, más de mil personas secuestradas y otras 650 desaparecidas, según datos de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía citados por Verdad Abierta. Eso no quiere decir que la guerra se haya detenido después de eso, solo cambió. Los herederos de Giraldo, hoy las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra (antes llamadas Los Pancheca), controlan silenciosamente la región.

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Aunque los últimos meses de Giraldo fueron su declive, una casi derrota ante otros más fuertes, en Guachaca no hablan de eso. Dicen que hubo una lucha entre ellos, que se resolvió y que luego se desmovilizaron. Toda la grandeza que ven en el Señor de la Sierra está intacta y por ningún lado aparecen sus crímenes cometidos tras las rejas. “La gente del común, su manera de hablar del señor Hernán, lo hace con mucho respeto y con cariño hacia él”, dice Álex Pinzón, líder de las Juntas de Acción Comunal de Guachaca, un hombre de ojos claros, carácter fuerte, tenso y desconfiado.

Es líder de la vereda Calabazo, trabaja para favorecer a una comunidad que no tiene alcantarillado y que todos los días suma un nuevo problema que deberían resolver la Alcaldía, la Gobernación o el Gobierno Nacional. Pinzón trabaja con Emilse Giraldo y con todos los representantes de las veredas de la zona rural de Santa Marta, que en su mayoría callan, justifican o defienden lo que hizo Giraldo en su paso por la Sierra.

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El 13 de mayo de 2008 a las 6:45 de la mañana, la Presidencia de Colombia informó que 13 personas sometidas a la Ley de Justicia y Paz estaban siendo extraditadas hacia Estados Unidos, después de que la Policía realizara un operativo para recogerlos en las cárceles más importantes del país: La Picota, la cárcel de máxima seguridad de Itagüí y la Modelo de Barranquilla.

Hernán Giraldo, su sobrino Nodier Giraldo, Salvatore Mancuso, Jorge 40, el Tuso y Don Berna, son algunos de los hombres más notables del grupo de paramilitares de distintas zonas del país que movieron con mucha rapidez hacia Estados Unidos, donde tenían a estos hombres en la mira desde hacía tiempo por sus delitos de narcotráfico, pero no por las torturas, despojos, homicidios y masacres que habían cometido. Calculaban que la droga que Giraldo enviaba a ese país valía unos 1.200 millones de dólares al año.

Su cabeza tenía un precio más alto: “Dicen que valgo cinco millones de dólares. Hombre, eso es mucha plata. Aunque de todas maneras yo sé que me voy a quedar aquí. Soy un hombre de campo y sueño que cuando muera sea en este bello lugar”, le dijo Giraldo a Revista Semana en enero de 2006, días antes de la entrega de armas; dos años después sería extraditado.

El juez federal Reggie Walton tuvo a su cargo la decisión de la pena para quien fuera el Patrón de la Sierra, luego de nueve años de su extradición. La estrategia de mostrarse no como un capo de la droga, del estilo de Pablo Escobar, sino como una persona con convicción de defender a la gente, le sirvió a Giraldo para que Estados Unidos lo reconociera como un “cobrador de impuestos” y no como un narcotraficante que dominaba las rutas de entrada y salida de droga desde y por la Sierra.

“Quiero decirle que me declaré culpable de la acusación de tráfico de drogas en mi caso porque yo era culpable. Mi motivo para cobrar impuestos a los traficantes de drogas era ayudar a la comunidad donde vivía para luchar contra la guerrilla conocida como las Farc. Hubo una guerra civil en mi país y mi propio gobierno parecía habernos abandonado en las montañas, porque estábamos lejos de la población urbana. Mis padres fueron asesinados por la guerrilla. No podía sentarme y hacer nada para protegerme y al hogar que había construido”, dice una carta escrita a puño y letra por Giraldo, dirigida a Walton y publicada por Verdad Abierta. Finalmente, Walton le dio 16 años, pero le descontó los dos que ya había pagado en Colombia. Y terminaron siendo 12.

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Pocos días antes de la llegada de Giraldo a Colombia, las especulaciones sobre su futuro, lo que implicaría para el conflicto, el temor de las víctimas que lo han señalado y decenas de análisis sobre la violencia en el país inundaron todos los medios de comunicación. No se hablaba de otra cosa.

El 26 de enero de 2021, Hernán Giraldo pisó este país después de su deportación desde Estados Unidos. Pálido, canoso y sin la barriga prominente que lo caracterizaba, el casco negro que le pusieron por seguridad se le veía caricaturesco: los años y la condenan lo había acabado por completo, atrás había quedado el hombre que parecía un capataz vigoroso de arma en el cinto. Lo llevaron a la cárcel de Itagüí, donde ahora sus hijos lo visitan al menos dos veces por mes.

Luis, desde el calor de la Sierra, termina de hablar con él en una imagen que no logra calzar con los testimonios de las decenas de víctimas y con lo que la justicia ha comprobado. Es inevitable pensar en cómo un verdugo se puede convertir en una especie de héroe, el héroe inverso. Dice Luis: “Mientras mucha gente se alegró por la presencia de ese señor acá en Colombia, las autoridades dijeron ‘vuelve el monstruo de la Sierra Nevada a Colombia’; dijo la Fiscalía, ‘vuelve el violador de mujeres alias Hernán Giraldo’, pero son opiniones”.

Fuente: El Colombiano

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