Estoy segura que no conozco una expresión que me cause más Dolor que la de «Tengo Hambre» y más cuando quien la pronuncia es la boca de un niño, peor aun cuando no se tiene ni un solo peso en el bolsillo.
No hay necesidad de irme lejos o transportarme a otra familia, para hablarles del escalofrío que siento con el simple hecho de imaginarme la escena de un niño diciendo; tengo hambre frente al rostro de una madre o un padre sin un peso para solventar al menos una comida.Y es que de la dificultad o necesidad se es duro hablar cuando se ha vivido. No se encuentran las palabras, no se imaginan cuan difícil es explicarle a un niño que no hay pocillo de agua de panela tibia, ni pan para engañar el estómago mientras el tiempo pasa.
La persona con múltiples necesidades y obligaciones, entra en un estado de bloqueo dónde pareciera que las cosas y el pensamiento no avanzarán, donde en muchas ocasiones no se tiene a dónde acudir, ante la angustia y desespero.
Es está la radiografía de muchas familias colombianas que se están acostando diariamente sin probar bocado. Ya no es un caso de Departamentos específicos, la hambruna todos los días va ganando más espacio, y basta con dar una vuelta por los barrios de mí pueblo o por la localidad donde vivimos para comprender que la necesidad y el desesperanza están avanzando a pasos agigantados consecuencia de la pobreza, la situación actual que estamos viviendo y la falta de oportunidades.
¡Tengo Hambre! es una frase que sale de un cuerpo que requiere de una necesidad y que se expresa con el fin de obtener una solución.
Solución que muchas veces temporalmente está en nuestras manos pero por indiferencia, desconocimiento o desinterés miramos los errores, pero no miramos la necesidad del vecino que tenemos al lado.
Es el tiempo de la solidaridad, de dar sin esperar nada cambio y de hacer uso del buen dicho que dice:
«Una mano lava la otra y las dos lavan la cara».
Por – Katerine Parales.