El Porvenir Ocensa
Veinticuatro niños regiomontunos del Gimnasio Campestre Pablo Neruda se metieron esta semana a la estación El Porvenir de Ocensa, ese gigante metálico que muchos ven desde la carretera y que siempre despierta preguntas: “¿Qué guardan ahí? ¿Por qué huele así? ¿Para dónde va todo ese petróleo?”
Pues esta vez pudieron ver con sus propios ojos el movimiento del crudo, los tanques que parecen montañas de acero y la operación que empuja, día y noche, más de 260 mil barriles rumbo a la cordillera Oriental.
La profe Adriana Pardi lo dijo clarito:
“Para nuestros niños es un aprendizaje que no se olvida: entender qué hace Ocensa, cómo cuidan el ambiente y cómo este trabajo mueve al país”.
Y sí, la visita también deja otra enseñanza: cuando la industria abre las puertas, la comunidad entiende mejor lo que pasa bajo sus narices, se estrechan los lazos y nacen esas conversaciones que ayudan a cuidar el territorio.
Ronie Padilla, jefe de Mantenimiento, se sorprendió con la chispa de los niños:
“Preguntan cosas que nos hacen pensar… ver cómo interpretan nuestra operación vale oro”.
Hasta los padres de familia —algunos con más de dos décadas viviendo al lado del oleoducto— salieron con otra mirada sobre esta infraestructura que, silenciosa, impulsa buena parte de la economía.
Un día distinto, decente y lleno de futuro: los pelaos entendiendo la industria, y la industria entendiendo a la gente.
Así se construye territorio, sin tanta vuelta.
