
Elías y Daniel Rodríguez, sufren parálisis cerebral
Mamá y hermana piden a Capresoca que les brinde atención digna. Necesitan enfermera en casa.
YOPAL
Doña Ana Roa Castañeda lleva casi 50 años lidiando con sus hijos enfermos de parálisis cerebral.
Tuvo 5 hijos. Extrañamente los 3 varones sufrieron de parálisis cerebral. El mayor murió hace 8 años, cuando tenía 40. Los otros dos: Danny Daniel de 37 y Elías de 33, pasan los días recostados en sus camas a merced de los brazos de su mamá.
“Yo los he lidiado toda la vida”, dice doña Ana Rosa Castañeda, con voz de madre enternecedora, que solo tiene ojos y fuerzas para seguirlos viendo “hasta cuando Dios decida”.
No sabe si se va primero ella, que tiene 75 años, o primero sus hijos, que no pueden valerse por sí mismos.
Doña Ana saca fuerzas todos los días para asearlos, vestirlos, trastearlos de la habitación al baño o a la sala, o para tenerlos alzados y consentirlos como bebés. Pues son eso: unas criaturas inocentes.
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Hace 4 años los achaques de su vejez comenzaron a cobrarle cuentas. Una cirugía de cálculos la tuvo varios días en cama. Y en abril de este año, volvió al hospital a una nueva operación.
Sin embargo, ahí ha estado ella, pendiente de sus muchachos, porque aparte de su hija Noreiva, de 35 años, no tiene a alguien más que le ayude. Pero ella no dispone del tiempo suficiente por su trabajo y el cuidado de su hija de 9 años.
A mediados de la semana pasada doña Ana Rosa volvió al Hospital regional. Esta vez por una hernia que le salió de tanta fuerza y valor que pone a diario para velar por sus hijos.
Hoy, a pesar de que está mejor de salud, la tristeza quiere ganarle la partida porque los médicos le dijeron que no podía hacer más fuerza. “Y entonces ¿quién va a atender a mis niños?”, se pregunta, mientras deja caer un par de lágrimas por su rostro marchito por el tiempo y el sacrificio.
“Le hemos pedido a Capresoca hace mucho tiempo que nos ayude con la enfermera, pero han hecho oídos sordos”, dice con la voz atragantada, al tiempo que su hija Noreiva le refuerza lo que acaba de decir: “Sí, no pedimos que le tengan lástima a mis hermanos, sino que Capresoca les brinde la atención que ellos se merecen”.
Cuenta que han pedido a la EPS ayuda para que les entreguen vitaminas y otros elementos que necesitan sus hermanos. Y no ha sido posible. También han solicitado enfermera en casa. Tampoco ha sido posible.
“Estos días que he estado en el hospital, les ha tocado solitos”, cuenta doña Ana. “Mi hija es la que ha tenido que ir a verlos y estar pendiente de ellos, de la nieta y de mí. Pero el tiempo no le alcanza y debe trabajar, porque ella es la que brinda el sustento en la casa”.
Doña Ana Rosa será dada de alta esta semana y volverá a su hogar. Ya no serán dos enfermos que necesitan una mano que les ayude. Serán tres.
Pero para ella no importa. Así tenga que bregar hasta el último día, hará todo lo posible por seguir brindado amor a sus muchachos.
“Yo los amo muchos a mis niños. Y me pregunto: ¿qué sería de ellos si yo no estuviera?”, guarda silencio y su mirada se esconde en las sombras de la noche y un suspiro de esperanza se desvanece en la habitación 502, donde se encuentra recuperándose de la hernia que ‘ganó’ de tanto cargar a sus muchachos.