
Wilson Durán, el de Las Chivas
Por Wilson Durán, el de Las Chivas
Mire sumercé…Ahora estaremos en Casanare y Boyacá, saltando con nuestras historias.
Las Chivas están cambiando. Ya no solo cargan noticias; ahora cargan el alma del pueblo.
Cargan historias. De esas que no suenan fuerte en los noticieros, pero retumban en el corazón de quien aún cree en la vida, en la familia, en el país.
Ya no vamos detrás del escándalo. Vamos detrás de la esperanza.
No más noticias para asustar. Mejor, historias para inspirar.
Las Chivas —esas que un día salieron por las trochas del Llano y los caminos de piedra en Boyacá— hoy brincan distinto: más sabias, más calmadas, más humanas.
Nos cansamos del titular fácil, sensacionalista y amarillista. El único amarillo que queremos es el que no brilla en el oro, sino en las riquezas morales de la gente: el que se refleja en el trabajo honrado, en la bondad de un gesto, en el esfuerzo diario por sacar adelante a la familia. Ese es el amarillo que alumbra nuestros campos, el que vale más que cualquier tesoro material.
Queremos noticias naranjas, como las de los emprendedores madrugadores —esos berracos que se levantan antes que el sol para darle vida a sus sueños— aunque no tengan un peso en el bolsillo, pero sí una sonrisa y un corazón lleno de esperanza. Ese naranja ilumina el camino de quienes luchan día a día por algo más grande que ellos mismos. O como el tributo que le rinde Sogamoso al sol, o el sol que calienta la sabana y se acuesta entre los farallones.
Queremos noticias verdes, como el alma de las mujeres que siembran esperanza en la tierra y en sus hijos. Verdes como los pastos de la montaña o las sabanas donde los caballos llaneros corren libres. Verdes como las esmeraldas de Boyacá, que brillan con la pureza de nuestra tierra. O como las hortalizas y la cebolla junca que florecen en la tierrita del sumercé, llenando de vida y sabor cada rincón.
Noticias azules, como la mirada de un anciano que, con la espalda vencida y las manos cuarteadas, aún recoge café, ordeña o vende confites para no ser carga. Azules como el cielo abierto en Pisba o la inmensidad del Lago de Tota.
Noticias rojas, como las sonrisas de los niños que bailan joropo o zapatean un bambuco, porque en el folclor ven un futuro. Porque sueñan con una patria distinta. O rojas como las fresas de Tota o las ciruelas de Nuevo Colón.
Queremos hablar del topocho y de la carne a la tasajera, del guarapo y la mazamorra chiquita, del café tinto cerrero —del que se toma sin azúcar pero con mucha conversación— de la rellena y la papita amarilla, del cocido boyacense, de los tungos, de las arepas…
Queremos historias que nos unan como país, no que nos dividan por likes, alcances, visualizaciones y comentarios.
Porque sí: queremos contar su historia.
Ahora no queremos solo contar lo que pasó… Queremos entender por qué pasa.
Queremos saber cómo se levanta una madre cabeza de hogar que, con tres hijos a cuestas, sigue creyendo que estudiar y trabajar es la ruta.
La madre que, aunque el cansancio la azota, nunca deja de pelear contra el tiempo por el desayuno del marido y de sus hijos.
El viejo que, aunque la edad le dibujó mil caminos en el rostro, no deja de trabajar ni de dar un consejo sabio.
El llanero criollo, con el pantalón arremangado y el machete al cinto, que camella bajo el sol bravo, pero nunca pierde la risa ni el amor por su tierra.
El campesino boyacense, que en silencio y con fe riega sus papas, sus habas y sus oraciones.
Queremos mostrar al campesino que, con los pies cuarteados por el barro y las manos curtidas por los días, aún sonríe mientras siembra su esperanza.
Mire, parientico:
No podemos olvidar a esos personajes que, con su trabajo callado, le dan vida a esta tierra.
A los profesionales y estudiantes que, con el sudor en la frente, buscan un futuro mejor para sus familias y su gente.
Al vigilante, que sin pedir aplausos, nos cuida mientras el mundo duerme.
Al policía, que con valentía se enfrenta a todo por nuestro bienestar.
Al profesor, que siembra saber en las mentes jóvenes.
Al taxista, que con su voz siempre amigable, nos lleva por caminos de historias y anécdotas.
Todos ellos, en su humildad, son los que hacen latir esta tierra que no se rinde.
Queremos también contar la historia de quienes creen.
De los líderes anónimos que, aunque anden vaciados y sin un peso ni pa’ un tinto, insisten en que la política puede cambiar.
De los que creen en las instituciones, aunque a veces se tambaleen.
Porque sí, hay gobernantes que le hacen conejo al pueblo… pero también hay otros buena gente, que se ponen la camiseta y se la juegan por la comunidad.
Y ellos también merecen ser contados.
Queremos es unir, no dividir. Sanar, no herir.
Recordar que todavía hay campo, pueblo y ciudad llenos de valores, de humanidad, de ganas.
Pero pija, sumercé: también hay días en que toca contar lo duro…
Los accidentes en carretera, los fallecimientos, los hechos judiciales.
Pero esos temas los trataremos con respeto, con la delicadeza que merece el dolor ajeno.
No vamos a correr por el primer titular.
No vamos a pisar el alma de una familia solo por tener más reacciones en las redes sociales.
Sabemos que en el camino, más de una vez nos hemos equivocado…
Pero hoy nos comprometemos, con la frente en alto y el corazón en la mano, a confirmar cada hecho, a verificar como debe ser.
Porque el buen periodismo no se improvisa: se honra.
Y la verdad, los medios lo venimos olvidando… o nos hacemos los testarudos.
Por eso, se lo dice con el alma quien ha caminado veredas, montado en bus, a lomo de caballo, en cicla o a pie.
Y que ha estado en momentos de conflictos sociales y políticos, los cuales muchos le han dejado sinsabores.
Pero que quede claritico. No nos vamos de Casanare, seguimos camellando en la tierra llanera. Lo bueno de todo es que hemos crecido tanto, que quisimos llegar a Boyacá, y más adelantico a Santander. Desde luego, no solo pasendo, sino conociendo a la gente y contando historias.
Yo, Wilson Durán, el de Las Chivas…
Con mi sombrero mostaza bien firme, mi camisa leñadora que huele a historia, y el morral lleno de relatos, les digo agradecido, que gracias a Casanare hemos crecido y nos mantendremos en el llano, como hace 13 años, y abrimos más espacio en Boyacá, para seguir engrandeciendo nuestras Chivas y a Colombia, dejando una historia sembrada en cada corazón.
Y ya sabe, sumercé:
Si tiene una historia, una lucha, una alegría o una pena que valga la pena contar, aquí estamos.
Porque esto no lo hacemos por rating.
Lo hacemos por amor.
Vamos juntos, pa’ lante, a contar lo bonito de Colombia, a construir ciudad, vereda, patria y familia.
Y recuerde, sumercé:
no venimos por los aplausos… venimos por los abrazos del alma.
Porque al final, las mejores noticias no vienen del escándalo, sino del corazón.