19 de abril de 2024 - 4:37 PM
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Columna dominical- Adelfa Niño Varela, mi madre

Por: Juan Carlos Niño Niño.

A lo largo de casi cincuenta años, mi madre camina a diario de manera firme y diligente, para asistir a la misa de las seis de la tarde en Catedral San José de Yopal, convirtiéndose en un «recorrido tradicional», al que todo el mundo no sólo se acostumbró sino que extrañó cuando ella decidió radicarse un tiempo en Sogamoso (Boyacá), y que el hombre de radio Gustavo Puentes (QEPD) le afectó en lo más profundo del alma cuando se lo conté, al afirmar con palabras entrecortadas que «su mamá es de este pueblo».

El reencuentro con Sogamoso no fue el esperado -ni siquiera por estar a 30 minutos de su amado Gámeza, la población en donde nació- cuando entendió que ahora no tenía nada que ver con el frío y la quietud de la Ciudad del Sol y del Acero, y el alma le estaba pidiendo a gritos retornar al calor y la alegría de Yopal, una vez terminado el largo y doloroso duelo por la desaparición de mi padre, aquella noche del año 1988 cuando él iba entusiasta en su viejo moto a celebrarle el cumpleaños a ella, y se estrelló contra una tractomula que estaba estacionada sobre la Marginal del Llano, al frente de la ahora mítica y tradicional Bomba El Triángulo.

Al regresar a la población del piedemonte, retornó de manera entusiasta y disciplinada a sus caminatas a la iglesia, que no solo llenó de júbilo a las señoras del Grupo de Oración y la Legión de María, sino a las personas del pueblo que sin duda les hacía falta verla en esa caminatas, que se ha negado interrumpir a pesar de los inminentes riesgos de inseguridad en la ciudad, y los ocasionales pero insistentes acosos de migrantes Venezolanos, quienes en medio de su crítica y dolorosa situación le piden con desespero una moneda para poder comer.

Esta mujer -hija del juez boyacense Tito Niño González(QEPD)- tiene una concepción avanzada de Dios, que es solo amor, que todo lo perdona, que nunca toma venganza, apartándose de ese Dios pagano del Antiguo Testamento -proveniente de una formación alternativa que le dieron en su adolescencia unas liberales monjas francesas- y que se apresuró a explicar cuando era tan sólo un niño, al constatar que me aterraban los cuadros con almas «quemándose» en el infierno; y a la vez relatando con una leve sonrisa que el «Niño Jesús» una vez hizo una blanda masa de barro y la convirtió en doce golondrinas, como lo leería décadas después en los Evangelios apócrifos.

Y nunca fue cierto que al ser hijo único, ella me sobreprotegió de manera excesiva, ni que me ponía el babero cuando me llevaba las onces al Colegio La Presentación, como se lo inventó muerto de la risa mi gran amigo Ferney Wilchez.

Al contrario! Siempre me alentó a asumir retos. A tomar riesgos sin importar las consecuencias, como cuando se subió con destreza a un árbol de mango, para convencerme de vencer el miedo a trepar el mismo, y así poder disfrutar el mundo desde las alturas.

La única vez que ejerció una sobreprotección, era cuando interponía su diminuto cuerpo, en los momentos que mi padre se abalanzaba a golpearme -en medio de su histeria y genialidad de artista- y que al ser consciente del daño que esa agresión me ocasionaba, ella viajó sin recursos a Bogotá y logró que iniciara un proceso con el connotado psicólogo Jairo Estupiñán, experto en trastornos de adolescencia de la Universidad de Harvard, a quien sin duda le debo gran parte de mi actual formación.

A lo largo de los años del bachillerato en el Colegio Braulio González, escuchó en silencio mi casi imposible sueño de estudiar Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de La Sabana en Chía (Cundinamarca) -una de las más costosas del País- sin sospechar siquiera que para tal fin ella no tocó los recursos que le dieron de un seguro por la muerte de mi padre en un accidente de tránsito, y ahorraba los escasos pesos que le sobraban como profesora de una escuela en el sector de la Upamena, a la que llegaba después de dos horas de penosa caminata por la montaña.

Uno de los momentos más emocionantes y satisfactorios de su vida -como lo comenta a sus familiares y amigos- fue cuando el entonces Representante a la Cámara Julio César Rodríguez me nombró jefe de prensa de su Unidad de Trabajo Legislativo -por el que siempre expresa su enorme cariño y gratitud- convirtiéndose en mi constante consultora en más de veinte años como asesor de la Cámara de Representantes, reiterando siempre que el conocimiento y experiencia en el Congreso es mi mayor patrimonio, incluso animando a continuar sin importar que en ciertas ocasiones las condiciones laborales y retribución económica con algunos congresistas no fue del todo ideal.

El aporte de mi madre ha sido universal, avanzado, infinito, como cuando una vez le comenté por celular -mientras recorría con sumo dolor y tristeza la carreta séptima al terminar el día laboral- que mi entonces novia -una despampanante rubia- efectivamente me estaba siendo infiel con su mejor amigo, a lo que había decidido terminarla de manera fulminante, aun cuando en ese preciso momento la «arrepentida» niña no dejaba de marcarme desesperada para que arregláramos las cosas.

A usted nadie se la ha escriturado en una notaría – me dijo- Ella es joven. Bonita. Libre. Es probable que aún esté cerrando el capítulo con esa persona. El tiempo se encargará de aclarar y definir si esa relación es para toda la vida o no. No hay afán. No se deje influenciar de la gente, que no tiene ni idea de lo que usted desea y siente.

Por ahora, disfrute. Viva la vida. No quiero que sufra un segundo más. Contéstele la llamada. A usted le encanta ella. Vayan a un cine. Compartan el fin de semana. La vida es corta, Juan Carlos. No pierda ni un segundo!

A la media hora, estaba dichoso comiendo hamburguesa con la mencionada rubia….

Coletilla. Lo confieso: tenía la «manía» de recordarle a mi mamá la constante agresividad de mi papá, lamentando a la vez que ella supuestamente no me haya protegido.

Fue cuando ella me pegó una contundente parada, con toda la razón y con todos los honores:

– A lo largo de mi vida luché sin tregua para que usted superara eso, con trabajo y sacrificio le facilité todos los espacios para convertirse en el hombre y el profesional que ahora es. Si eso no fue suficiente para olvidar los errores de su papá, friéguese! Es su problema, no el mío. Por mi parte, le cumplí, carajo!

Y tiene razón. Gracias, Mamá.

* Escritor.

Yopal, domingo 30 de Mayo de 2021.

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