1 de mayo de 2024 - 12:39 AM
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A 20 años de un cruel asesinato: Tragedia en una callejuela de Matepantano

Ya habíamos ido a la casa de la finca donde el médico le había entregado el regalo de navidad que le compró a la señora del encargado y después de dar unas vueltas por los potreros, regresábamos por una callejuela pública que conduce de la carretera central a Matepantano y al río Cravo Sur donde regularmente van algunos al paseo de olla a bañarse o pescar.

Ese día, se mostraba como  muy especial, se respiraba el ambiente navideño, el final del primer año de segundo siglo. Era 7 de diciembre y las emisoras de Yopal, solo colocaban los mismos discos que suenan cada año por esta época.

-Viajábamos contentos, dice Gilberto Coronado, quien ese 7 de diciembre del 2001, acompañaba, como regularmente lo hacía, al dirigente político Emiro Sossa Pacheco, quien había logrado en su carrera proselitista, además de liderar procesos de protesta social como estudiante de medicina de la Universidad Nacional, ser alcalde de Yopal y Gobernador del Departamento por voto popular.

-Se notaba una  alegría especial en el rostro del médico Emiro, quien estaba al frente del volante de su campero- recuerda Gilberto.

Ese día habíamos ido a la finca a dejar algunas encomiendas para luego regresarnos temprano. Antes de tomar la callejuela publica, el médico le bajó el volumen a la radio y me preguntó,

-¿Que va a hacer en esta navidad?-

-Nada-, le respondí, -porque no tengo plata-.

-¿Cómo asi? El gobernador no le ha dado nada?

-No, señor,- le respondí.

Siguió manejando el vehículo y unos metros más adelante me dijo,

-Le voy a dar un millón de pesos, para que mande a su mujer para donde la familia de ella y usted se quede acá, feliz,-

Soltó una carcajada, le subió volumen al radio y tomó rumbo a la callejuela buscando la vía, Yopal, Matepantano.

-Unos metros más adelante- recuerda Gilberto Coronado, -aparecieron dos hombres caminando de frente al carro, venían descalzos, con la camisa por fuera. Le dije al médico. –Pilas, con esos hombres-

-Ay marica, deje el dramatismo, -dijo y agregó-,

-no ve que esta es una callejuela pública?.

-No había terminado la frase cuando los hombres desenfundaron unas armas de fuego y de frente apuntaron sobre nosotros, el médico detuvo la marcha del campero. Uno de ellos, sin dejar de apuntarme con el arma, abrió la puerta derecha donde viajaba yo y me gritó.

-¡Bájese!

Aterrado puse los brazos en alto, mientras el tipo me empujo contra el piso, me puso el pie sobre mi cabeza y me preguntó.

-Como se llama?.

-Gilberto, le respondí.

-No mienta, hijo de puta, usted se llama Emiro Sossa. Me gritó y me puso el cañón del arma sobre la nuca. No alcance a responderle cuando el doctor les dijo.

-¡Yo soy Emiro Sossa!, que pasa?.

-Nos mandaron a matarlo-, respondió el hombre que estaba con él y sin más dilaciones, sonaron 5 tiros que hicieron eco en las sabanas, como cinco truenos de invierno en el mes de octubre.

-No pasaron unos segundos después de los disparos, cuando sentí que el carro se puso en marcha, levante la cabeza y vi cómo se perdía por la callejuela, envuelto en una nube de polvo-,. Las lágrimas empañan sus ojos. Hace un  alto en la narración y luego continúa.

-En un momento pensé, que el médico se les había volado….-pero no, cuando logre sentarme, vi su cuerpo tendido sobre la cuneta de la callejuela,  miré el carro en la distancia y me incliné con el propósito de prestarle ayuda al amigo, al compañero de viaje….pero…estaba ¡muerto!.

-Sí, ahí, yacía el cadáver del muchachón que había conocido años atrás, abriendo  “chambas”  ayudándole a don Carlos su papá, a construir el acueducto de  un barrio de Sogamoso. El mismo quien había logrado destacarse por su liderazgo en las luchas por las reivindicaciones sociales en la Universidad Nacional. El mismo, que la clase política aterida de miedo, persiguió sin tregua hasta, dejarlo ahí, en la mitad de la sabana, en la cuneta de una callejuela.

Fuente: Colaboración especial de Miguel Arango Devia – Periodista – EL DIARIO DEL LLANO

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