
Vereda San José. Hato Corozal
Por Las Chivas del Llano y Boyacá
A veces, la tristeza no grita. Se oye bajito, como la voz cansada de un hombre que lo perdió todo y todavía tiene fuerzas para mostrarlo. Se llama Eudoro. Es el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda San José, en Hato Corozal, y desde hace años cultiva maíz, topocho, y sueños en su finca Valledupar.
Hoy va montado en su caballo, con los ojos aguados y el corazón hecho trizas, mostrando lo que el río Ariporo le dejó. No fue una inundación cualquiera. Fue un zarpazo de la naturaleza que le arrancó no solo sus matas, sino su historia.
“Esto era mi maicera, mire cómo quedó. El agua me daba al pecho… y yo tratando de salvar algo.”
Se detiene. Respira hondo. Mira al suelo como quien busca una explicación entre tanto barro. Alambres retorcidos, matas enlodadas, una topochera arrasada, electrodomésticos flotando como restos de un naufragio casero. En un rincón, un pobre animal —un morroco— está aislado, atrapado por la creciente. Ni él puede huir de la tristeza.
“No quedó ni rastro de lo que era mío. Tenía dos conucos, maíz hermoso, las topocheras cargadas. Todo está perdido… y huele mal. Todo huele a pérdida.”
Con la voz rota, Eudoro señala el terreno como quien señala una herida: “Mire los palos, la madera, la basura… esta finca fue la más perjudicada. El agua se metió sin pedir permiso y se llevó lo que yo había sembrado con amor.”
Pero no es solo una finca. Es su vida entera.
“Una hicera es lo que me dio, patrón. Una de esas que aprietan el pecho. Porque uno no llora por el barro, llora por el trabajo, por lo que valía, por lo que se construyó con las manos.”
Don Eudoro no pide limosna. Pide atención. Pide que miren al campo. Que entiendan que perder una finca no es perder tierra. Es perder el pan de cada día, la herencia de los hijos, el alma del campesino.
Su voz, que empieza resignada, termina con fuerza: “Estas son cosas de Dios, pero también de los gobiernos que olvidan. Porque aquí estamos, en el monte, luchando solos.”
Y mientras cabalga entre los restos de su vida, don Eudoro representa a cientos que, como él, se aferran a la tierra aunque el agua les arranque todo.