
María Clemencia de Santos, con las Otilias
Por: Las Chivas del Llano
Ráquira despierta cada día con el olor a barro fresco, con el canto de los gallos mezclado entre los ecos del torno y la paciencia de unas manos que esculpen fe. En este rincón colorido de Boyacá, donde la tradición no se improvisa sino que se hereda, nació una figura que cruzó fronteras y tocó los altares del mundo: la Otilia.
Así llaman con cariño a esas vírgenes de barro que la maestra Rosa María Jerez moldea sin moldes, solo con la memoria del alma y los recuerdos de su madre, doña Otilia Ruiz, quien también fue alfarera. De ahí viene el nombre. Y de ahí nace también esa devoción que se cuece al horno y se pinta con el corazón. Cada Otilia es única: unas con mantos azules, otras con flores, todas con una dulzura que parece rezar en silencio.

Pero hubo una que, sin saberlo, estaba destinada a encontrarse con el Papa Francisco.
Corría el año 2013. Colombia celebraba la canonización de su primera santa, la Madre Laura Montoya, y en medio de la solemnidad de aquella cita en el Vaticano, el presidente Juan Manuel Santos y su esposa, María Clemencia Rodríguez, decidieron llevar un pedacito del país en forma de barro. Fue así como una Otilia, representando a la Virgen del Carmen, viajó hasta Roma como obsequio oficial de Colombia al Santo Padre.

Años después, cuando el Papa Francisco pisó suelo colombiano en 2017, otra Otilia lo esperaba. Esta vez, la figura mostraba a la Virgen María niña, en actitud de oración. Una pieza simple pero cargada de simbolismo, que fue entregada junto a una mochila arhuaca, un rosario de filigrana y una paloma de porcelana. Todos regalos hechos por manos humildes, por artistas del pueblo.

Las Otilias no son solo vírgenes de barro. Son relatos de fe y arte, son rezos modelados, son historia en terracota. Rosa María las hace en su taller, rodeada de sus hijos y nietos, como quien escribe una oración larga con las manos. Y aunque muchas se han ido a París, a Bogotá, a embajadas y museos, el alma de cada una sigue en Ráquira, donde el barro se convierte en devoción.

Como dice la misma Rosa: “Una Otilia no se repite, porque cada una tiene un espíritu distinto”. Y así, sin más, estas figuras boyacenses se han convertido en mensajeras silenciosas de un pueblo que cree, que crea y que nunca olvida sus raíces.