Noticias de Norte de Santander – Un día de horror en Tibú: la tragedia que acabó con una familia
Era un día como cualquier otro en Tibú, un municipio de Norte de Santander, marcado por la rutina diaria de quienes luchan por sobreponerse a las dificultades de vivir en una región asolada por la violencia. Pero el 14 de enero, la tranquila mañana se tornó en un sinfín de angustia y dolor. Miguel Ángel López, el hombre que había hecho de la funeraria San Miguel un símbolo de ayuda y consuelo en la zona, había salido junto a su esposa, Zulay Durán Pacheco, y su bebé, un niño de apenas unos meses de vida, rumbo a Cúcuta. En su carroza fúnebre, con la misión de trasladar los cuerpos que recogía de diversos puntos del municipio, no sabían que esa sería la última vez que pisarían la carretera que conecta Tibú con la ciudad fronteriza.
Al poco tiempo de comenzar el trayecto, un grupo de hombres armados los interceptó. No hubo advertencia, solo el estruendo de los disparos que rompieron la quietud de la mañana. Miguel, Zulay y su bebé cayeron al instante. La familia fue asesinada frente a los ojos de una región que, aunque acostumbrada a la violencia, no dejó de estremecerse ante la magnitud de este crimen.
Un niño de alrededor de 10 años, hijo también de la pareja, logró sobrevivir. La violencia no tuvo piedad, pero la suerte le permitió escapar de la muerte. Fue rescatado por las autoridades y hoy permanece bajo su protección, sin entender del todo la tragedia que acabó con su familia.
Miguel Ángel López no era un hombre común. En un territorio donde la violencia se había convertido en una sombra omnipresente, él representaba la esperanza de una comunidad marcada por la muerte. Su funeraria era un refugio para aquellos que necesitaban apoyo en los momentos más oscuros. Él mismo se encargaba de levantar los cuerpos en la región, muchas veces cuando las autoridades no podían llegar por los altos riesgos de seguridad. La noticia de su muerte, junto a la de su esposa y su hijo, se esparció rápidamente por Tibú, y la consternación se apoderó de todos. La masacre, que coincidió con el cumpleaños de Miguel, sumió a la comunidad en un dolor profundo e indescriptible.
La pregunta flotaba en el aire: ¿por qué ellos? Nadie tenía respuestas claras, solo sospechas. Los mismos grupos armados que acechaban la región, como el ELN, el EPL y las disidencias de las FARC, podrían estar detrás de este ataque. La zona es un territorio caliente, controlado por diversos actores armados que, en su lucha por el poder y el control, han dejado en el camino miles de víctimas. Sin embargo, nada estaba claro aún.
En medio de la tragedia, el alcalde Richard Claro expresó su pesar y pidió que las autoridades esclarecieran rápidamente el suceso. El presidente Gustavo Petro, a través de un mensaje en redes sociales, también lamentó la masacre y aseguró que las autoridades estaban trabajando para determinar los responsables.
El 14 de enero, la vida en Tibú nunca volvió a ser la misma. Un pueblo ya golpeado por años de conflicto, de desplazamientos forzados y muertes, ahora enfrentaba el vacío dejado por una familia que fue asesinada mientras cumplía con su labor de llevar los cuerpos de los muertos a otro lugar. Mientras tanto, el niño sobreviviente, huérfano de padre, madre y hermano, se convirtió en el símbolo de una tragedia que sacudió a una comunidad entera.
La masacre en Tibú no fue solo un ataque más en una región desgarrada por el conflicto, fue una manifestación cruda de la brutalidad que permea las calles de ese rincón del Catatumbo. Y aunque las autoridades prometen investigar, en Tibú, como en tantas otras partes del país, la incertidumbre sigue siendo la única constante.
Sobre el Autor
Redacción Chivas
Periodista, Director de www.laschivasdelllano.com y www.laschivasdecolombia.com