Cuando en semis del Preolímpico Jefferson Ochoa quedó cara a cara con el subcampeón del mundo, nadie más que él y su equipo creyó en que estaba apunto de hacerse con un cupo para Tokio 2020. Esta es su historia.
A diario, Jefferson Ochoa llega al Centro de Alto Rendimiento de Taekwondo (CIARTKD) en un Renault Twingo del 2005. Suele viajar en la parte trasera.
La rutina es casi idéntica día con día, de lunes a sábado. Ochoa espera en la tienda del primer piso del edificio donde vive, justo atrás del Coliseo Cubierto Alfonso Patiño Roselli, en Sogamoso, Boyacá (Colombia); su compañero de equipo Andrés Moreno lo recoge, él se sube en la parte de atrás del coupé y un par de kilómetros más adelante llevan a Damián Gil.
De camino pone trap, reguetón, vallenato, música llanera, música de banda o cualquier composición de moda que retumbe a todo volumen a través del bafle verde Bose que conecta por Bluetooth. Él y sus compañeros llegan en tropel al CIARTKD y por las mañanas hacen físico y por las tardes técnico-táctico. Es uno más del equipo, sin trato especial ni preferencial.
Por día, entrena de 8 a 10 horas, con momentos leves de descanso y un break a media tarde. La presión de la lupa de los entrenadores René Forero, William Duarte y Nancy Orduz lo obliga a estar enfocado, dándose duro mental y físicamente. Pero para llegar a eso, Ochoa tuvo que tomar una serie de decisiones importantísimas cuando apenas era un crío.
La historia de Jefferson comenzó en Maní, Casanare, a unos 367 kilómetros de Bogotá (casi 7 horas en vehículo), y su primera decisión importante para convertirse en atleta de alto rendimiento la tomó a los 15 años, cuando dejó la casa para irse a vivir a Yopal, la ciudad capital de Casanare.
“Fue un poco complicado porque fue como que un niño de 15 años hable con su familia y le diga a sus papás que se quiere ir a la capital del Estado para poder entrenar y para tener todos los beneficios de estar con un excelente entrenador”, relató en una entrevista con Alex Siliezar en el espacio quincenal de FULL ACCESS. (Ver vídeo)
Dice que el detonante de la decisión fue para convertirse en mejor atleta y un competidor real. Algo que a los 9 años, cuando comenzó con el Taekwondo, no pasaba por su cabeza porque se inscribió porque era una disciplina arraigada en Maní.
“Entro por experimentar, por ir viendo cómo era la cosa”, dice de manera sincera. Jefferson recuerda que para mantenerse en la capital hubo mucho sacrificio, que iba desde no viajar constantemente a reunirse con su gente, hasta realizar actividades como Jeans Day en el colegio, que consiste en que los alumnos pagan una cuota y se les permite asistir a clases con pantalones de mezclilla.
‘El Negro’ vive solo. Poco ve a sus seres queridos y su compañía es el equipo. Día con día se las ingenia para que la rutina no lo mate, ni la presión, ni los focos, ni el éxito de una creciente carrera deportiva que hasta el momento tuvo su punto clímax cuando en el preolímpico de marzo del 2020 dejó fuera de Tokyo 2020 al subcampeón del mundo, Brandon Plaza.
Leave a comment